jueves, 2 de febrero de 2012

Capítulo 3: Colmillo por colmillo

Días después de volver de la ciudad Ragnar y su padre se dedicaron a forjar la espada corta que le este le había prometido, era un trabajo duro, pero satisfactorio. Terminaron al anochecer y Ragnar se la llevó consigo a su pequeño cuarto, admirándola, era simple, pero su aprecio no lo pagaba moneda alguna. Caía la madrugada y a Ragnar se le empezaba a llevar el sueño, cuando de pronto, un intenso grito de auxilio invadió el pueblo.

- ¡LICÁNTROPOOO! - se escuchó en la noche, y después, el silencio, un silencio incómodo, un silencio que presagiaba muerte. Se escuchaba el ajetreo de los hombres desenvainando espadas y encendiendo antorchas, armándose de valor, Ragnar se ciñó la espada al cinturón y salió por la puerta trasera. Unos pasos más tarde escuchó un aullido que le heló la sangre, no era un aullido como el que escuchó en la ciudad, era un clamor de sangre; se quedó estupefacto, sus piernas no le respondían, pero sus manos sí y al desenvainar la espada sintió una oleada de valor que lo recubría como una armadura impenetrable, entonces lo vio, estaba terminando de engullir la pierna del pobre desgraciado al que había cogido cuando se percató de su presencia, ni siquiera aullo tan solo se dirigió a el como quien ve a una presa fácil, así que en un acto de valentía se lanzó hacia su oponente lanzando un tajo que se estrelló contra las garras del lupino, una salió despedida al chocar con la espada, pero esta se rompió en dos como si fuera una rama seca. Todo el valor que lo había invadido antes se desvaneció tan rápido como había venido, pero a sus espaldas oyó los gritos de alguien.

- ¡Ragnar! ¡Ragnar! ¿dondé estás hijo mío? - se oía por detrás del muro de arpillera que separaba el establo de la casa, el licántropo alertado por el sonido embistió la pared, derribándola y atacando a su madre sin previo aviso.

- ¡MADREEE, NOOOO! - gritó a despecho, pero cuando llegó hasta ella el lupino había huido y de ella solo quedaba su cuerpo inerte, se podría decir que tan solo tenía la mirada perdida si no fuera por la pared salpicada de sangre y el charco en el que yacía su cuerpo.

Ragnar la abrazó mientras contenía un agudo y amargo llanto, cuando los demás llegaron no pudo contenerlo y un grito de dolor inundó toda la zona, algunos dicen que incluso el bosque notó aquel grito de dolor, tras esto, perdió el conocimiento y se sumergió en un turbio sueño en el que era él el que mataba a su madre por no poder defenderla. A la mañana siguiente salió en dirección al bosque negro en busca de la muerte que le hiciera abandonar todo aquello.

- ¿Qué debo hacer ahora?, ¿qué?, ni siquiera soy capaz de defender a mi familia, tan solo merezco la muerte - dijo amargamente mientras una brisa le revolvía el cabello, al quitárselo de los ojos distinguió algo entre las piedras, era un pequeño colgante con la cabeza de un lobo aullando. Supo lo que debía hacer. Volvió rápido a su casa con el corazón desbocado y el colgante al cuello; preparó manta, capa, un pequeño cuchillo y algo de comida para llegar hasta el castillo de Ossiriad, cuando tuvo todo esto fue a despedirse de su padre.

- Padre... -. - Lo sé, Ragnar, lo sé, sé lo que quieres y no te lo voy a impedir... toma - dijo mientras sacaba un algo envuelto en un paño. Lo desenvolvió con soltura para hallar su espada corta, pero no, no era como su espada, era diferente, estaba reparada y tenía muchos cambios.

- Encontré la uña del licántropo entre los escombros, y la he afilado con ella, que su ventaja sea su mal - dijo con cara sombría, ya no era el Iordek de siempre, aquel hombre había muerto junto con su esposa.

Cogió la espada y se marchó, no habría despedidas, no habría adiós, no habría lágrimas.
- Adiós hijo, ve para aquello a lo que estabas destinado desde que te recogimos en el bosque, ojalá te lo hubiéramos contado - pensó Iordek mientras veía como el chico al que había llamado hijo durante diecisiete años subía la colina y se marchaba.

Tras pasar la colina si alguien hubiera estado cerca habría visto a un chico apretando los dientes, al cual, una espesa lágrima le rodaba por la mejilla, pero allí no había nadie para verlo.

- Adiós padre - pensó - algún día volveré con la piel de mi venganza -.

1 comentario:

  1. Me encantan muchas expresiones que usas. Se agradece leer capítulos llenos de emociones, sigue así.
    Espero impaciente el siguiente xD

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